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Jóvenes con ruta propia.

Todo adolescente afronta, en el duro tránsito a la adultez, el desafío que supone ser uno entre otros. Ocurre que para acceder a ocupar un lugar en el grupo de pares, el mercado de trabajo, la escuela o la universidad, hay que resignar la privilegiada condescendencia y protección que hasta entonces le aseguraba su condición de niño. Los beneficios de la autonomía se pagan con la asunción de responsabilidades.

Las figuras otrora admiradas en la infancia ya no bastan para conformar una guía orientadora. Los cambios corporales exigen modelos, ideales y valores que muchas veces trascienden los ámbitos familiares. Sobreviene así una zona de indefinición donde el malestar suele traducirse en inhibiciones, retraimiento o violencia. Para salir de este atolladero existe un privilegiado operador psíquico: la identificación. Y buena parte del destino que al joven le toque en suerte estriba no sólo en el carácter y la naturaleza de los modelos que elija sino en la modalidad con que adhiere o se aferra a un ideal, símbolo o valor. Por eso, el adulto -padre, maestro, operador comunitario, juez o tutor- debe estar atento no sólo a juzgar si las actividades, compañías, entretenimientos revisten algún peligro, sino sobre todo a evaluar cómo se las lleva a cabo.

En difícil: si el desafío está en ser uno entre otros, de lo que se trata es indagar la relación que el joven mantiene con la dimensión del Absoluto.
En criollo: ¿hasta dónde se la cree? Porque puede estar muy bien pertenecer a una tribu urbana y portar los estandartes y símbolos que preservan y albergan un lugar de encuentro con otros.

Pero está bueno preguntarse si las extravagantes modalidades con que un grupo de jóvenes intenta diferenciarse del mundo adulto son propicias para forjar algún camino propio y singular, o si más bien responden al capricho de algún mandamás de turno.
Cuidado: el sujeto adolescente es especialmente vulnerable al discurso que, en forma velada o explícita, esgrime el argumento de que como nada vale la pena entonces se puede hacer todo. ¿Estamos los adultos a la altura de este amoroso y atento cuidado?

Sergio Zabalza