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El adolescente como extranjero de su tiempo(*)

Lo extranjero es una figura de lo Otro, en el sentido de lo extraño.  Me refiero en este punto, a los desarrollos de Michel Foucault sobre lo Mismo y lo Otro. En “Las palabras y las cosas” [1] define a lo Otro como lo que es para una cultura interior y extraño.

Lo extraño, como lo no familiar, que a veces puede virar a lo siniestro como bien señala Freud. E incluso puede llevar a la xenofobia cuando se interpreta lo extranjero como amenazante; la historia, lamentablemente, ha dado y sigue dando sus muestras.

Pero también, con lo extranjero se puede establecer una relación amable, por decirlo de un modo simple. Incluso, lo extranjero, puede en su diferencia, portar rasgos atractivos. Ejemplos, seguro sobran. Tanto a nivel del amor y la pareja, como a nivel de los viajes y lo comunitario. Por ende, se puede idealizar también, a lo extranjero.

Cada tiempo y cada comunidad genera sus figuras de lo Otro, así como establece un tipo de relación; que puede llegar al extremo del odio absoluto, del racismo más xenófobo, como a diversas formas de la aceptación y la tolerancia. Desde ya, hay matices, y ya no se puede hablar de la comunidad, sino de las comunidades.

Sí, lo extranjero inquieta. Después, ante eso, habrá diferentes respuestas.

La adolescencia
La adolescencia, a veces, también inquieta. A padres, a docentes; a los adultos. Pero, ¿qué es lo que inquieta?

Antes de intentar responder esta pregunta, quisiera agregar algo más (que en última instancia es lo que justifica, en ciertos casos, un psicoanálisis con adolescentes) La adolescencia, también inquieta, a los adolescentes.

Hay un real que empuja, el real de la pubertad, y no se sabe qué hacer con eso. Éste es el problema. Hay algo que empuja al encuentro con el Otro sexo pero no se sabe cómo. Primer encuentro con lo imposible de la relación sexual. La inhibición, el acting out, el pasaje al acto, las respuestas más habituales.

Las transformaciones del cuerpo, es digamos, la dimensión biológica. Pero se trata de un cuerpo marcado por el lenguaje. No sin el despertar de los sueños señalaba Lacan en el prefacio a la obra de Wedekind [2].

La pubertad, entendida como el comienzo de la adolescencia, revela la intrusión de lo real del sexo en el tiempo. Ya Freud ha explicado como es a partir del tiempo segundo de la pubertad que los recuerdos de infancia devienen traumáticos, inaugurando así, la lógica del a posteriori en la constitución subjetiva.

Entonces, la emergencia pulsional, puede inquietar tanto al adolescente como a los adultos que están a su cargo.

Una viñeta: una adolescente de 15 años llora desde hace días a escondidas sin poder contenerse. Durante la consulta, se ubica la causa. Cuenta que hace unos días olvidó en la computadora del padre, su fotolog abierto donde había posteado una foto suya “provocativa”. Al verla su padre, enojado, le dice –“parecés una puta”.

Luego de hablar en la entrevista del “descontrol” de sus salidas, con un aire superado dice –“lo que pasa es que a los adultos de hoy les resulta difícil la sexualidad de los adolescentes”. Intervengo preguntándole si acaso para ella, y por lo que cuenta, no es también difícil. Pregunta que la sorprende y le permite comenzar a subjetivar algo de lo que le pasa.

Para los padres se trata del encuentro con el niño que deja de ser, aquel que empieza a presentarse como un desconocido. Extranjero por momentos en su hogar, extranjero a sus ojos. Tanto en sus comportamientos, como en el diálogo. Momento de modificación del lazo que existía.

Extranjero también el adolescente en lo social. Las tribus urbanas son su manifestación más evidente. Y signo de que inquietan es que se hable tanto de ellas; en los medios de comunicación, en los chistes, en las conversaciones nostálgicas: esas que dicen –“nosotros a su edad no éramos así”. Nosotros y ellos. Aunque habría que decir, también, que existen versiones realmente preocupantes. Me refiero a aquellas que se encargan de demonizar al adolescente; con titulares que acentúan el “ADOLESCENTE  mato a…” en fin.

Los adolescentes, se dice, se quieren diferenciar de sus padres, del mundo adulto. A veces es cierto, otras no tanto. Pero, lo importante, o lo que cuenta a nivel de la estructura, es que se trata de un particular momento de la existencia donde lo que tiembla, lo que vacila -producto del despertar sexual- son los semblantes. La pubertad entonces, como encuentro con el agujero en la estructura.

De ahí la prisa del adolescente que busca tomar una nueva posición, una nueva identificación, que le permita darse una nueva forma en el mundo. Ya que; ¿cómo abordar la posibilidad del encuentro con el Otro sexo sino es por medio del semblante? En este sentido, podemos decir, que la crisis de la adolescencia es una crisis del semblante.

Extranjero de si mismo
Todos somos extranjeros en la lengua. A partir de Freud queda teorizado; primero trae el inconsciente, luego el más allá del principio de placer y la pulsión de muerte.

Lo extranjero radical para el sujeto, diría, es la pulsión; niño, adolescente, adulto. Lo no armonizable. Se necesita del fantasma, de los semblantes para poder vivirla. Hay que recordar, en este sentido, la conocida pregunta de Lacan al final del seminario XI, ¿cómo arreglársela con la pulsión una vez atravesado el fantasma fundamental? [3]

Pero la pubertad es claramente otro tiempo, con la emergencia pulsional el sujeto encontrará su cuerpo como extranjero, momento de verificación, o estabilización del fantasma. Por eso es central, que el analista, tenga en cuenta la particularidad del momento que atraviesa quien le consulta.

Es decir, y esto es lo que me interesa plantear, que si el camino de un psicoanálisis lleva a la caída de las identificaciones como al atravesamiento del fantasma, ¿cómo pensar la orientación en la clínica con adolescentes cuando la pubertad con su real en juego ha hecho vacilar de por sí los semblantes en los que se sostenía el sujeto?

Acompañar, no me parece una mala palabra. Hay algo de eso; acompañar en un armado, en la búsqueda de nuevas respuestas. Por eso cuando Maud Mannoni plantea en un clásico artículo que lleva por título la pregunta “¿es analizable la adolescencia?” [4] no me parece una pregunta para nada agotada, por más que haya analistas que nos ocupemos de atender adolescentes. Y por supuesto, la cuestión es: qué entendemos por analizar. Creo que es un momento -y lo abro a la discusión- en el que se trata, no tanto de descifrar, como de cifrar. Acompañar entonces, en el trabajo de cifrado; de sintomatización del real de la pubertad.

Aclaro que con lo de acompañar, me refiero solo a una dimensión de la clínica con adolescentes, no me interesa en absoluto extremarla. Ya que también, como en cualquier psicoanálisis, y si realmente lo es, apuntará a la responsabilidad subjetiva.   

El encuentro con el adolescente
 Dos campos.  Nosotros y ellos.

J. D. Salinger escribió una novela célebre llamada el “El guardián entre el centeno” o “Cazador oculto”, depende la traducción. Y es una novela sobre los avatares y la errancia de un adolescente a partir de que lo expulsan del colegio. Su deambular por la ciudad, por el mundo adulto. Un mundo al que no pertenece y que aborrece… donde la hipocresía se le vuelve palpable a cada paso. Es clara, su condición de extranjero en la ciudad del Otro adulto. Así como también, la incomprensión y la soledad que padece. Holden Caufield, el protagonista, dice –“… me he ido de un montón de colegios y de sitios sin darme cuenta siquiera de que me marchaba." Donde también se puede notar, por supuesto, su condición de extranjero de sí mismo.

Un breve fragmento [5] en relación al des-encuentro con el mundo adulto.

Un profesor, que quiere ayudarlo, luego de su expulsión le pregunta.
     -¿No te preocupa en absoluto el futuro, muchacho?
     -Claro que me preocupa. Naturalmente que me preocupa –medité unos momentos- Pero no mucho supongo. Creo que mucho, no.
      -Te preocupará –dijo Spencer (el profesor).- Ya lo verás, muchacho. Te preocupará cuando sea demasiado tarde.
No me gustó oírle decir eso. Sonaba como si ya me hubiera muerto. De lo más deprimente.
       -Supongo que sí – le dije.
       -Me gustaría imbuir un poco de juicio en esa cabeza, muchacho. Estoy tratando de ayudarte. Quiero ayudarte si puedo.
Y era verdad. Se le notaba. Lo que pasa es que estábamos en campos opuestos.

No es fácil. Sabemos que es un problema habitual que los adolescentes son traídos, y si quedamos ubicados en serie con los padres o maestros, es seguro que estamos perdidos, al menos, como analistas.

También es cierto, que es un riesgo, quedar del lado del adolescente en su enfrentamiento (sutil o espectacular) con el mundo adulto. Ya que una posibilidad es que los padres lo saquen del tratamiento, así como no poder operar simbólicamente al quedar ubicados a nivel del registro de lo imaginario. No se trata, por supuesto, de identificarse con ellos, ni de promover una “buena” identificación.

Entre los padres y el adolescente, diría, que en principio se trata, de ocupar un lugar tercero.

A veces a los padres, hay que hacerlos entrar -alojando lo que tienen para decir- para luego, hacerlos salir. Para que puedan comenzar a reconocer y aceptar al hijo/a como a un otro diferente que está en juego. Y así poder dar lugar, a que el adolescente, en el encuentro con un analista, pueda confrontarse con la posibilidad de responsabilizarse de su propia manera de gozar.

Bibliografía
[1] Foucault, M.; “Las palabras y las cosas”, ed. Siglo XXI Editores, 2008. p.17
[2] Lacan, J.; “El despertar de la primavera” en Intervenciones y Textos 2, ed. Manantial,   1991.
[3] Lacan, J.; “El seminario, Los cuatro conceptos fundamentales”, ed. Paidós. P. 281.
[4] Mannoni, O. “¿Es analizable la adolescencia?” en Crisis de la adolescencia. Ed. Paidos.
[5] Salinger, J.D.:“El guardián entre el centeno”, ed. Alianza editorial, 2007. P. 21
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*JUAN MITRE - Trabajo presentado en las VIII Jornadas Abiertas del Servicio de Salud Mental del Hospital Belgrano, “Entre Exclusión y Lazo social, la Clínica”, 5 de junio de 2009. Publicado en el Sigma, sección Hospitales el 30-5-2010 www.elsigma.com