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El Analista y lo Público

Este texto ha sido publicado previamente en: http://www.elsigma.com/hospitales/el-analista-y-lo-publico/12556

La posición del psicoanálisis y del psicoanalista en el ámbito público, y en particular en la institución hospitalaria, está en el centro de un debate que lleva tanto tiempo como su presencia allí. Lejos de toda pretensión de zanjarlo, este texto lo enriquece al desglosar algunas de las ideas, las convicciones, los prejuicios y los lugares comunes que lo alimentan, apostando a un rigor lógico que le dé volumen a la discusión, que de otro modo se achata sin remedio.

1. Prejuicios

Me encontré con un libro de un antropólogo —Mitomanías argentinas, de Alejandro Grimson— donde desmenuza mitos argentinos, que en general son mitos de clase. Sostiene que vivimos en “Mitolandia”. Por ejemplo, uno de los mitos que desmonta es ése que dice que “los pobres van a un acto por la coca y el choripan”. Otro, aquél que afirma que los que recibían las casas del primer peronismo “hacían asado con el parquet”. Otro, “el que apuesta al dólar gana”, o también aquél que dice que “los argentinos descendemos de los barcos”… para citar algunos.

Pero hay un mito que me interesó particularmente, porque tiene que ver con nuestro tema, aquél que señala: “Lo público es ineficiente en relación con lo privado”. Grimson afirma que es un mito, que aparte de no ser necesariamente cierto —y da ejemplos al respecto— oculta décadas de desinversión, por ejemplo en salud y educación.

Pero cuando lo leí, me hizo pensar, ya que lo he escuchado varias veces enunciado de distintas formas. Y lo que pensé —y abro aquí como pregunta— es si incluso los que trabajamos en el ámbito público (no todos, por supuesto, y en distintas medidas) no estamos tocados en algún punto por ese mito.

Por ejemplo, he escuchado de colegas hablar de “pobreza simbólica” en relación a pacientes marginales no escolarizados. Lo que aparte de ser un error conceptual, es  claramente un prejuicio, y un prejuicio de clase. Entonces, también me pregunto si un análisis toca, lo que podemos llamar, “ideas de clase”. Claramente un análisis desprejuicia, pero ¿conmueve realmente las ideas de clase social que se tienen? No creo que sea algo menor cuando se trabaja en el ámbito público con poblaciones de muy bajos recursos económicos, y por ende, pertenecientes a otra clase social, incluso —diría— a “otra cultura”. Lacan, si bien fue estructuralista (cuando fue estructuralista) nunca estuvo en contra del relativismo cultural. A veces, ante ciertas poblaciones, me parece que es conveniente poder hacer cierta lectura “antropológica” (lo escribo entre comillas) antes de intervenir, ya que conviene entender cuáles son los códigos, las prohibiciones, los pactos, los ritos, los ideales, las identificaciones, los modos de realizar un duelo… que cada cultura o “subcultura” ofrece a sus miembros.

Considero —y es más bien una posición— que no hay diferencia a priori entre un psicoanálisis en el ámbito público y un psicoanálisis en el ámbito privado. Se trata de contextos distintos, por supuesto. Pero la cuestión central es el encuentro entre un analista y alguien que tal vez decida transformarse en un analizante. Y además, de un analista se pueden hacer diferentes usos. ¿Por qué cierto uso sería mejor que otro?

2. Doble agente

“Salud para todos” es un ideal que rige la atención de la salud pública: que toda la población tenga derecho a la salud. Como practicantes del psicoanálisis en lo público estamos tocados por ese Ideal, por ese derecho. Pero también, como se sabe, el analista mantiene una relación de distancia, de tensión irreductible con todo Ideal.

Desde esta perspectiva, me gusta pensar al analista en el ámbito público como un “doble agente”. Por un lado se es un agente de salud (y no creo que haya que desmerecer esa dimensión) y por otro está —digamos— como agente del discurso analítico. Hay que tratar de llevar ese desdoblamiento, esa división.

3. Soportar, no normalizar

Lo esencial del  pensamiento médico para Foucault es que se organiza alrededor de una norma. Procura deslindar lo que es normal de lo que es anormal (así como el pensamiento jurídico lo que es lícito de lo ilícito), para luego de deslindarlo buscar medios de corrección, medios de transformación del individuo, a partir de toda una tecnología aplicada a normalizar. Se trata de una tecnología no sólo farmacológica, sino también psicológica. Psicologizar las cosas es medicalizarlas, sostiene Foucault. Es entrar en la lógica del pensamiento médico (y a veces se “psicologiza” con terminología psicoanalítica). Hoy se habla mucho de la medicalización de la infancia, por dar un ejemplo, pero la “medicalización” no implica solamente, desde la lógica de Foucault, administrar fármacos. Se refiere, más bien, a todas las prácticas, a todas esas tecnologías del comportamiento que buscan normalizar. Por eso, no veo por qué desde el psicoanálisis tendríamos que estar en contra de la administración de fármacos, ya que puede haber —y los hay— muy buenos usos del fármaco, usos que respeten a ese sujeto, a esa singularidad, y que no apunten a normalizarlo. La cuestión es, en el campo de la salud mental, si se busca normalizar o se soporta no hacerlo.

Incluso, me parece que se podría decir, que un analista es aquél que soporta no normalizar, ¡y hay que soportarlo! Sobre todo cuando se está frente a “verdaderos anormales” como son los psicóticos o los autistas. De todas formas, Caetano Veloso dice a través de la letra de la canción “Vaca profana” que “de cerca nadie es normal”… para no cargar la anormalidad sobre los autistas o psicóticos…

4. Lo público y el mercado

Pensé, que hoy en día, lo opuesto a lo público no sería tanto lo privado sino la lógica salvaje del mercado. Defender lo público —la salud pública— implica trabajar en contra de las formas actuales de la segregación, y creo que ese también es un deber del psicoanalista.

El “para todos” de la salud pública permite que tengan lugar los excluidos del sistema, o mejor dicho los “expulsados”. Sino puede parecer que se quisieron excluir. Por supuesto que hay sujetos que se excluyen, y se auto expulsan (y eso atraviesa todas las clases sociales). Por eso, para mí es fundamental, poder ubicar en cada caso, de qué es responsable el sujeto, y de qué no lo es…

Y también —¿por qué no?— el “para todos” que implica lo público, y si hay analistas allí, implica que para todo sujeto esté la posibilidad de hacer la experiencia del inconsciente, y de encontrarse —y tal vez asumir— su diferencia absoluta.

5. Lo común

Jorge Alemán se pregunta en su último libro, “Soledad: Común”, por aquello que sería  común a todos. Se pregunta por un punto común diferente al “para todos” homogeneizante de la “psicología de las masas”, para concluir que la matriz de “lo común” procede del encuentro traumático solitario con lo real de Lalengua. “Ser africano, ser árabe, ser latinoamericano pertenecen al Universal, que siempre es ya una deriva segunda con respecto a la primera pertenecía del ser hablante al Común de la lengua” (1). Se trata de algo previo a las identificaciones constituyentes.

6. La soledad

¿Qué es común a todos? Podríamos decir la muerte. Ya que todos somos mortales, aunque nos cueste creerlo. Pero también, Jorge Alemán dice en el mismo libro y se desprende del punto anterior, que “lo común” es la soledad. No se refiere a la soledad en sus manifestaciones patéticas: aislamiento, goce autoerótico, etc. Se refiere a la soledad estructural.

Paul Auster, el escritor norteamericano —cuya obra gira en relación a la soledad—, diferencia dos palabras en inglés. Una es “loneliness” y la otra “solitude”. Loneliness designa un sentimiento de abandono, un “no quiero estar solo, me pesa la carga de la soledad, quiero estar con otros”. En cambio, solitude es neutro. Se trata simplemente de la descripción de un estado: estamos solos. Para Paul Auster, la soledad no es una cosa negativa en sí, es un hecho. Dice que es la verdad de nuestras vidas.

Lacan, me parece, estaría de acuerdo. En “Aún” luego de señalar lo imposible de la inscripción de la relación sexual afirma que lo único que sí se “escribe” en el ser hablante es la soledad. Después, ante esa soledad estructural hay diferentes respuestas, diferentes modos de arreglárselas,  incluso diferentes estrategias fantasmáticas para velarla.

7. Preservar el vacío

En un análisis, podríamos decir, se trata de introducir cierto vacío entre la identificación con el significante amo y la cadena inconsciente.

En lo institucional, podemos pensar al psicoanalista como aquél que tiene la misión de preservar el vacío, tanto en el diálogo interdisciplinario como en el interior de una institución.

Introducir un “no saber”, hacer inconsistir un prejuicio o una nominación estigmatizante, agujerear el “para todos”, son modos de preservar un vacío.

¿Para qué preservar el vacío? Para dar lugar a la invención. Hay una relación estrecha —directa diría— entre vacío e invención. Entre vacío y acto.

8. No todo es psicoanálisis

Sostener el psicoanálisis en las instituciones implica confrontarse a un cruce de discursos. Lo fundamental es poder despejarlos para que cada uno pueda operar en su especificidad. Para esto es fundamental ubicar los límites de cada discurso. Por lo tanto, también los límites del psicoanálisis. Saber y sostener en acto que no todo es psicoanálisis es lo que permite que el psicoanálisis tenga su lugar.

9. Reglamentos

Desde el psicoanálisis sabemos que no existe La regla, el buen reglamento, como el tiempo estándar en que “todos” puedan entrar.

De ahí que la opción sea hacer un uso del reglamento. Como señala Eric Laurent, el analista en las instituciones debe, en el debido momento, advertir sobre este punto. Situar la singularidad que escapa a la regla. Se trata más bien de adaptar el reglamento al caso y no a la inversa.

Al analista, conviene pensarlo, como el que ayuda a la institución a respetar la articulación entre normas y particularidades individuales. Ha de ayudar para que no se olvide “en nombre de cualquier universal” la particularidad de cada uno.

Se trata no sólo de escuchar y darle lugar a la singularidad de quien consulta, sino de transmitir en el seno de la institución sobre la importancia crucial de dar lugar a la singularidad del caso, así como a lo imposible de saber.

El analista debe ser sensible a las formas de segregación contemporáneas. Y en este sentido, considero que el desmantelamiento de lo público es uno de los modos en como se expresa la segregación en ésta época.

10. Extimidad

Cuando se dice que el psicoanalista tiene que estar en posición éxtima, quiere decir —desde mi punto de vista— ni en rebelión ni en crítica constante de la institución. Pero al mismo tiempo, no se puede identificar desde su posición con los ideales de la institución. Porque si se identifica con los ideales de la institución no puede operar como analista.

Trabajo presentado en el panel de apertura “El analista y lo público” de las Jornadas anuales de CSMN° 1 “La clínica y lo público, tramas y contingencias”, 28 de noviembre de 2012. Juan Mitre es psicoanalista, ex-Jefe de Residentes, actualmente instructor de residentes en Psicología Clínica del HIGA “Manuel Belgrano”, San Martín, Buenos Aires.

Notas

(1)Cf. ALEMÁN, J., Soledad: Común, políticas en Lacan, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2012, p. 53.

Bibliografía 

ALEMÁN, J., Soledad: Común, políticas en Lacan, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2012.
CORTANZE, G., Dossier Paul Auster, Anagrama, Barcelona, 1996.
GRIMSON, A., Mitomanías argentinas, Siglo XXI, Buenos Aires, 2012.
FOUCAULT, M., El poder, una bestia magnífica, Siglo XXI, Buenos Aires, 2012.
LAURENT, E., Psicoanálisis y Salud Mental”, Tres Haches, Buenos Aires, 2000.

Juan Mitre